Paseo de Santa Lucía: el sueño de Benjamín Vicuña Mackenna
Uno de los grandes sueños de Benjamín Vicuña Mackenna era la remodelación del Cerro Santa Lucía, levantando en ese sitio un paseo, un parque y un museo. Su plan era convertir al cerro en la plaza pública más vasta, higiénica y hermosa bajo todos los conceptos.
El Cerro Santa Lucía era entonces una elevación de material rocoso, emplazado junto al centro histórico de la ciudad, gris, deforestado y polvoriento.
Su presencia en la vida de los pobladores de la zona era, no obstante, legendaria. Allí se habían albergado históricamente desde cementerios indígenas, hasta fortificaciones hispanas y cárceles, e incluso la fundación misma de Santiago por Pedro de Valdivia.
El Cerro Santa Lucía, llamado Huelén por sus habitantes indígenas, era para el intendente, una verdadera maravilla natural, urbana e histórica, por su extraordinaria formación geológica y volcánica, además de ser la más imponente masa de roca situada en el corazón mismo de la capital.
Tal era el entusiasmo, que apenas asumidas sus funciones, Vicuña Mackenna ordenó la detención de los trabajos de extracción de materiales del cerro -que amenazaban con terminar por destruirlo-, formando de inmediato una comisión encargada de implementar la transformación de ese peladero de polvo y piedra en un paseo de jardines, plazas, grutas, estatuas, fuentes y monumentos para el deleite de los santiaguinos.
Los trabajos se iniciaron el 5 de junio de 1872. Los encargados de realizar esta monumental labor fueron los presidiarios condenados a trabajos forzados.
Para los otros gastos se utilizó parte del presupuesto público y hasta el propio Benjamín Vicuña Mackenna ocupó su patrimonio familiar, hipotecando incluso su hacienda de Santa Rosa de Colmo.
Con una velocidad asombrosa, en tres meses se completaron las obras principales, y en septiembre de 1872 se inauguró oficialmente la primera parte del paseo. Dos años después, los trabajos relativos al desarrollo del Paseo del Santa Lucía habían concluido.
El conjunto del paseo abarcó la construcción de numerosos caminos -que recorrían un trecho más largo que el de la propia Alameda-, doce plazas y terrazas, estatuas de mármol, fierro y bronce, maceteros importados desde Francia e Italia, rejas forjadas por artesanos chilenos y extranjeros, caídas de agua, jardines colgantes, múltiples variedades de plantas y árboles. Además se levantó una biblioteca pública y un museo histórico.