Si bien su figura se conoce casi exclusivamente al alero de su marido, Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886), la información existente sobre la vida y actividades de Victoria Subercaseaux (1848-1931), aun siendo escasa, demuestra que fue una adelantada para su época.
Mujer ilustrada en diversas materias, lectora de gusto exquisito, animadora de tertulias en las que confrontaban ideas los más eminentes intelectuales y políticos, Victoria ejerció una influencia decisiva sobre la sociedad y la cultura chilenas de fines del siglo XIX. Pero también, a fuerza de gestiones personales, trabajo colaborativo y una tenacidad sin igual, logró movilizar voluntades y recursos para llevar adelante una serie de iniciativas que la consagraron como una importante agente política.
Motor de diversas iniciativas sociales
Nació en Santiago, en el seno de una familia aristócrata con participación en la vida pública del país. Desde temprana edad se familiarizó con las letras y las artes, y fue cultivando las profundas inquietudes sociales y el sentido crítico que impulsarían sus actividades posteriores.
En 1867 contrajo matrimonio con su primo, Benjamín Vicuña Mackenna, hito que marcó su entrada definitiva a la esfera social y política. En mayo de 1879 fundaron juntos la Sociedad Protectora de Santiago, originalmente para brindar apoyo a los combatientes de la guerra del Pacífico y a sus familias. Terminado el conflicto, la entidad mantuvo la ayuda a los veteranos y la hizo extensiva también a otras agrupaciones. Dicha asistencia no se limitaba a lo económico: la “Protectora” –como se la conocía– se preocupaba también por la salud, la educación y el bienestar emocional de los soldados y sus familias. Sin duda Victoria estaba consciente de que, en la medida que la situación anímica de las tropas mejorara, mayor sería su éxito en la batalla, de lo que se desprende el sentido patriótico y, en última instancia, político, de sus acciones.
Una relectura de su historia
Releer en clave de género esas actividades convencionalmente llamadas “de caridad” –que en la época eran consideradas una extensión del papel que habían de cumplir las mujeres de la alta sociedad– pasa necesariamente por renombrarlas, reconociendo en ellas un valor social y político. Por lo demás, esta vocación de participación en lo público se observa asimismo en el papel que cumplió Victoria como consejera de su esposo, de cuyas gestiones fue colaboradora permanente.
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