Benjamín Vicuña Mackenna vivió encarcelamientos y dos exilios al defender su ideario liberal en las guerras civiles ocurridas en Chile durante la década de 1850, período en el que recopiló numerosos documentos y escribió importantes libros.
Hijo y nieto de revolucionarios, se sumó con sólo 19 años al alzamiento del coronel Pedro Urriola en abril de 1851.
Junto a otros miembros de la Sociedad de la Igualdad, asaltó varios cuarteles en Santiago, con el fin de disputar el poder a los conservadores liderados por Manuel Bulnes.
Derrotados en diciembre, fue encarcelado y debió partir a su primer destierro en noviembre de 1852. Se embarcó en el navío familiar Francisco Ramón Vicuña hacia el puerto de San Francisco en Estados Unidos, al que arribó luego de cincuenta días de navegación.
En su cuaderno registró los tres años que duró este primer ostracismo. Publicado en 1856 bajo el título Páginas de mi diario, constituye un escrito fundamental para comprender el germen de las ideas y obras que intentó aplicar posteriormente en el país desde su tribuna de parlamentario e Intendente.
Regresó al país en 1856. Inmediatamente retornó a la política y se integró al grupo de los llamados «liberales rojos» en ese entonces compuesto por los fundadores del Partido Radical, Manuel Antonio Matta y Pedro León Gallo, entre otros.
Los últimos meses de 1858 dio vida al Club de la Unión, además de redactar y publicar el periódico La Asamblea Constituyente, en el que exigió cambios a la Constitución de 1833, como la reforma a las elecciones, a la Guardia Cívica y a las leyes municipales y de imprenta.
Estos actos de oposición al gobierno llevaron al Presidente Manuel Montt a declarar el estado de sitio en diciembre de 1858 y a encarcelar a sus detractores. Vicuña Mackenna fue nuevamente arrestado y condenado a tres años de destierro.
En compañía de Matta y Gallo se embarcó en la goleta Luisa Braginton, en la que arribó el 15 de junio a Liverpool después de 98 días de navegación.
Sus años fuera de Chile estuvieron colmados de largas jornadas de estudio en las principales bibliotecas, archivos y museos de Europa y Sudamérica. Más allá de sus múltiples y amargas quejas, fue un tiempo de autocrítica personal y de producción de sus primeros libros de historia nacional.
En estos viajes también se reunió con intelectuales y científicos de su tiempo, como el geógrafo alemán Alexander Humboldt, el naturalista francés Claudio Gay, y los escritores argentinos Bartolomé Mitré y Domingo Faustino Sarmiento.
Visitó las tumbas de personajes históricos como el abate Juan Ignacio Molina, cuyas reliquias envió a Chile para la construcción de su monumento oficial.
Regresó en 1861 y se escondió hasta que asumió la presidencia José Joaquín Pérez, quien le abrió las puertas de la Universidad de Chile al designarlo miembro de la Facultad de Filosofía y Humanidades.
Finalizaron así los seis años de exilio para el joven Vicuña Mackenna, etapa que registró en variados libros y artículos, que hoy se conservan en la biblioteca especializada de la institución:
- Historia de la jornada de abril de 1851. Una batalla en las calles de Santiago
- Historia de los diez años de la administración de Manuel Montt
- Páginas de mi diario durante tres años de viajes: 1853-1854-1855
- Mi diario de prisión 1858-1859
En estas obras escritas y publicadas en distintos momentos de su vida, conjugó sus notas personales con documentos privados y conversaciones con protagonistas o testigos de los hechos, los cuales se convirtieron en la materia prima de una embrionaria historia oral y contemporánea.
Exilio y formación del historiador republicano
Los destierros sufridos marcaron para siempre a Vicuña Mackenna, pues originaron las grandes preguntas y acciones que estimularon su labor política e intelectual los años siguientes.
Su oficio de historiador se fraguó a lo largo de esta década en la que recopiló documentos, y escribió al calor de los hechos los acontecimientos que consideró dignos de la memoria republicana, como la Guerra del Pacífico.
Sus artículos periodísticos y diarios personales dieron cuenta de las múltiples preocupaciones que lo aquejaron, entre ellas la agricultura, las finanzas, el desarrollo urbano, las migraciones y el transporte.
La escritura historiográfica fue su medio predilecto para comunicar sus reflexiones. Auxiliado por cuatro escribientes, recorrió los archivos en busca de documentos vinculados a la emancipación chilena y sus primeras contiendas civiles.
Su dimensión cívica lo llevó a promover la construcción de monumentos a los libertadores latinoamericanos José de San Martín, Antonio José de Sucre y Bernardo O´Higgins, además del abate Juan Ignacio Molina y su abuelo Juan Mackenna.
Vinculó El ostracismo de los Carreras (1857) y El ostracismo del general D. Bernardo O´Higgins (1860), con sus propias experiencias de destierro. Estos libros también tuvieron como fin reconciliar simbólicamente a los dos gestores de la independencia chilena, a modo de enseñar a la elite que el proyecto de construcción de la nación requería de su unidad.
Vicuña Mackenna impregnó en su obra una visión fundacional de la historia de Chile que valoró las instituciones y el quehacer de los prohombres de la gesta republicana. Ello se aprecia en el prólogo a la Historia de los diez años de la administración de Don Manuel Montt:
«Escribo para la patria, no para sus efímeros partidos. Intento formar un monumento nacional, en honor de la constancia, de la magnanimidad del pueblo chileno […] Queremos que haya verdad legítima […] que hayan altos ejemplos de entusiasmo y de consagración cívica, de lecciones severas y luminosas» (1862 II).